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I
• Rectoría Santa Teresa de Ávila, Jardines del Sur, Xochimilco
• Parroquia Inmaculada Concepción, La Cebada, Xochimilco
• Parroquia Santa María de la Visitación, Tepepan, Xochimilco
• Parroquia Padre Nuestro, Ampliación Tepepan, Xochimilco
• Parroquia San José, Las Peritas, Xochimilco
• Capilla de Nuestra Señora del Pilar, "Huichapan"
• Santa Iglesia Catedral de Xochimilco
• Parroquia Nuestra Señora de los Dolores, Xaltocan, Xochimilco
• Parroquia San Lucas Evangelista, Xochimanca, Xochimilco
• Parroquia Santa Cecilia, Tepetlapa, Xochimilco
• Parroquia Santa Inés Virgen y Mártir, Xochimilco
• Parroquia Santa María de la Natividad, Nativitas, Xochimilco
• Parroquia Santiago Apóstol, Tepalcatlalpan, Xochimilco
• Rectoría San Marcos Evangelista, Xochimilco
II
• Parroquia Santa Cruz, Acalpixca, Xochimilco
• Parroquia San Gregorio Magno, Atlapulco, Xochimilco
• Parroquia San Luis Obispo de Tolosa, Tlaxialtemalco, Xochimilco
• Parroquia Santiago Apóstol, Tulyehualco, Xochimilco
• Cuasiparroquia Nuestra Señora del Carmen, Xochimilco
• Cuasiparroquia San Sebastián Mártir, Tulyehualco, Xochimilco
III
• Santuario Diocesano Asunción de María, Milpa Alta
• Parroquia Santa Ana, Tlacotenco, Milpa Alta
• Parroquia San Pablo, Oztotepec, Milpa Alta
• Parroquia San Pedro Apóstol, Atocpan, Milpa Alta
• Parroquia San Juan Bautista, Ixtayopan, Tláhuac
• Parroquia San Antonio de Padua, Tecomitl, Milpa Alta
• Parroquia San Nicolás de Tolentino, Tetelco, Tláhuac
• Parroquia San Andrés Apóstol, Mixquic, Tláhuac
IV
• Parroquia San Pedro Apóstol, Tláhuac
• Parroquia Santa Catarina Virgen y Mártir, Yecahuizotl, Tláhuac
• Rectoría San José, Tláhuac
• Parroquia Espíritu Santo y Nuestra Señora de Fátima, La Selene, Tláhuac
• Parroquia Señor de Mazatepec, Tlaltenco, Tláhuac
• Parroquia San Francisco de Asís, Tlaltenco, Tláhuac
V
• Parroquia María Inmaculada, La Conchita, Tláhuac
• Parroquia Inmaculada Concepción, Zapotitlan, Tláhuac
• Rectoría Nuestra Señora de la Luz, Zapotitla, Tláhuac
• Parroquia Nuestra Señora de Guadalupe. La Nopalera, Tláhuac
• Parroquia Sagrado Corazón de Jesús, Miguel Hidalgo, Tláhuac
• Parroquia Cristo del Mar, Tláhuac
SEMINARIO
La oración cristiana
Hermanos y hermanas, orar -según el Catecismo de la Iglesia Católica- es ponerse mental y anímicamente ante la presencia de Dios, ya sea espiritualmente o ante el Santísimo Sacramento del Altar, en donde nuestro Señor se dona con toda su presencia: cuerpo, sangre, alma y divinidad. En algunas ocasiones es iniciativa del hombre, que por su vulnerabilidad tiene conciencia de su relación y dependencia con su Creador y se acerca para adorarle, suplicarle, interceder, venerar o agradecer y en otras es iniciativa de Dios, que se revela y sale al encuentro interpersonal con sus criaturas para encomendarles la misión de evangelizar, fortalecerlas, iluminarlas y salvarlas. Recordemos algunos hechos bíblicos en donde podamos apreciar los distintas formas de oración, iniciando con el día de Pentecostés, en el cual, el Espíritu de la promesa se derramó sobre los discípulos, “reunidos en un mismo lugar”, lo esperaban “perseverando en la oración con un mismo espíritu”. El Espíritu Santo que enseña a la Iglesia y le recuerda todo lo que Jesús dijo, será también quien la instruya en la vida de oración y comunión como podemos constatarlo a lo largo de la historia, hasta nuestro presente y proyectado al futuro de las nuevas generaciones. En la primera comunidad de Jerusalén, los creyentes “acudían asiduamente a las enseñanzas de los Apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones”. Tal como lo hacemos ahora en misa, en la hora santa o en otras tantas formas de rendir culto al Señor. Esta secuencia de actos es típica de la oración de la Iglesia; fundada sobre la fe apostólica y autentificada por la caridad, se alimenta con la Eucaristía. Las oraciones que recitamos son en primer lugar las que los fieles escuchan y leen en la sagrada Escritura, pero las actualizan, especialmente las de los salmos, a partir de su cumplimiento en Cristo. El Espíritu Santo, que recuerda así a Cristo ante su Iglesia orante, conduce a ésta también hacia la Verdad plena, y suscita nuevas formulaciones que expresarán el insondable Misterio de Cristo que actúa en la vida, los sacramentos y la misión de su Iglesia. Estas formulaciones se desarrollan en las grandes tradiciones litúrgicas y espirituales. Las formas de la oración, tal como las revelan los escritos apostólicos canónicos, siguen siendo normativas para la oración cristiana.
Veamos ahora hermanos y hermanas
las 5 formas de oración cristiana
que las y los bautizados estamos llamados a practicar todos los días:
1. Oración de bendición y adoración
Hay que bendecir y adorar a Dios por ser nuestro Dios y en agradecimiento por su infinita bondad.
La oración de bendición
expresa el movimiento de fondo de la oración cristiana:
Es encuentro de Dios con el hombre; en ella, el don de Dios y la recepción del hombre se convocan y se unen. Juan Pablo II nos enseña que el acto con el que uno confía en Dios siempre ha sido considerado por la Iglesia como un momento de elección fundamental, en la cual está implicada toda la persona. Inteligencia y voluntad desarrollan al máximo su naturaleza espiritual para permitir que el sujeto cumpla un acto en el cual la libertad personal se vive de modo pleno. En la fe, pues, la libertad no sólo está presente, sino que es necesaria. Más aún, la fe es la que permite a cada uno expresar mejor la propia libertad. Dicho con otras palabras, la libertad no se realiza en las opciones contra Dios. En efecto, ¿Cómo podría considerarse un uso auténtico de la libertad la negación a abrirse hacia lo que permite la realización de sí mismo? La persona al creer lleva a cabo el acto más significativo de la propia existencia; en él, en efecto, la libertad alcanza la certeza de la verdad y decide vivir en la misma.
La oración de bendición es la respuesta del hombre a los dones de Dios: porque Dios bendice, el corazón del hombre puede bendecir a su vez a Aquel que es la fuente de toda bendición.
Dos formas fundamentales expresan este movimiento:
La oración
asciende
llevada por el Espíritu Santo, por medio de Cristo hacia el Padre (nosotros le bendecimos por habernos bendecido).
El hombre implora la bendición de su creador, solicita la gracia del Espíritu Santo que, por medio de Cristo,
desciende
de junto al Padre.
La oración de adoración
es la primera actitud sincera, honesta y sensata del hombre que se reconoce criatura ante su Creador.
La oración de adoración exalta la grandeza del Señor que nos ha hecho y la omnipotencia del Salvador que nos libera del mal.
Es la acción de humillar el espíritu humano ante el “Rey de la gloria y guardar el silencio respetuoso en presencia de Dios“.
La adoración de Dios tres veces santo y soberanamente amable nos llena de humildad y da seguridad a nuestras súplicas.
La Eucaristía es el centro y fundamento de la vida espiritual y la oración de adoración nos libera de los apegos de la carne, del mundo y del demonio. Quien adora a Dios no se convierte en esclavo de nadie -Nos recuerda el Papa Francisco-. Es libre y nos devuelve nuestra dignidad de hijos e hijas de Dios.
La oración de adoración, nos reviste de los dones del Espíritu Santo, nos purifica de nuestros pecados y nos reconcilia con Dios y los hombres, nos hace responsables con el mundo creado y nos vincula con Cristo, para dar frutos abundantes de caridad, generosidad, justicia y paz.
2. La oración de petición
El vocabulario neotestamentario sobre la oración de súplica está lleno de matices: pedir, reclamar, llamar con insistencia, invocar, clamar, gritar, e incluso “luchar en la oración”. Pero su forma más habitual, por ser la más espontánea, es la petición:
Mediante la oración de petición mostramos la conciencia de nuestra relación con Dios: por ser criaturas, no somos ni nuestro propio origen, ni dueños de nuestras adversidades, ni nuestro fin último.
Por ser pecadores, sabemos, como cristianos, que nos apartamos de nuestro Padre. La oración de petición ya es un retorno hacia Él.
El Nuevo Testamento no contiene muchas oraciones de lamentación, a diferencia del Antiguo Testamento en el que son muy frecuentes. En adelante, en Cristo resucitado, la oración de la Iglesia es sostenida por la esperanza, aunque todavía estemos en la espera y tengamos que convertirnos cada día.
1. La petición cristiana brota de otras profundidades, de lo que san Pablo llama el gemido que expresa el dolor o la pena que nos causa el pecado y que nos incita a pedir nuestra purificación, perdón y gracia.
El lamento de la creación “que sufre dolores de parto”. Apocalipsis 12, 12 “Por lo cual regocijaos, cielos y los que moráis en ellos. ¡Ay de la tierra y del mar!, porque el diablo ha descendido a vosotros con gran furor, sabiendo que tiene poco tiempo.” Tener conciencia que el origen de los cataclismos, las crisis sociales y económicas muchas veces son insidias o ataques de satanás que no descansa en perder a la humanidad a través de los siglos.
El lamento nuestro que está en la espera “del rescate de nuestro cuerpo. Porque nuestra salvación es objeto de esperanza”.
Los “gemidos inefables” del propio Espíritu Santo que “viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no sabemos pedir como conviene”.
2. La petición de perdón es el primer movimiento de la oración que como el publicano exclama: “Oh Dios ten compasión de este pecador”. Es el comienzo de una oración justa y pura. La humildad confiada nos devuelve a la luz de la comunión con el Padre y su Hijo Jesucristo, y de los unos con los otros: entonces “cuanto pidamos lo recibimos de Él”. Tanto la celebración de la Eucaristía como la oración personal comienzan con la petición de perdón. 3. La petición cristiana está centrada en el deseo y en la búsqueda del Reino que viene, conforme a las enseñanzas de Jesús. Hay una jerarquía en las peticiones:
primero el Reino,
a continuación lo que es necesario para acogerlo y para cooperar a su venida.
Esta cooperación con la misión de Cristo y del Espíritu Santo, que es ahora la de la Iglesia, es objeto de la oración de la comunidad apostólica. Es la oración de Pablo, el apóstol por excelencia, que nos revela cómo la solicitud divina por todas las Iglesias debe animar la oración cristiana. Al orar, todo bautizado trabaja en la Venida del Reino. Cuando se participa así en el amor salvador de Dios, se comprende que toda necesidad pueda convertirse en objeto de petición. Cristo, que ha asumido todo para rescatar todo, es glorificado por las peticiones que ofrecemos al Padre en su Nombre. Con esta seguridad, Santiago y Pablo nos exhortan a orar en toda ocasión.
3. La oración de intercesión
La intercesión es una oración de petición que nos conforma muy de cerca con la oración de Jesús. Él es el único intercesor ante el Padre en favor de todos los hombres, de los pecadores en particular. Es capaz de “salvar perfectamente a los que por Él se llegan a Dios, ya que está siempre vivo para interceder en su favor”. El propio Espíritu Santo “intercede por nosotros [...] y su intercesión a favor de los santos es según Dios”. Interceder, pedir en favor de otro, es, desde Abraham, lo propio de un corazón conforme a la misericordia de Dios. En el tiempo de la Iglesia, la intercesión cristiana participa de la de Cristo: es la expresión de la comunión de los santos. En la intercesión, el que ora busca “no su propio interés sino [...] el de los demás”, hasta rogar por los que le hacen mal (cf. San Esteban rogando por sus verdugos, como Jesús. Las primeras comunidades cristianas vivieron intensamente esta forma de participación (cf Hch 12, 5; 20, 36; 21, 5; 2 Co 9, 14). El apóstol Pablo les hace participar así:
en su ministerio del Evangelio (cf Ef 6, 18-20; Col 4, 3-4; 1 Ts 5, 25);
él intercede también por las comunidades (cf 2 Ts 1, 11; Col 1, 3; Flp 1, 3-4).
La intercesión de los cristianos no conoce fronteras: “por todos los hombres,
por todos los constituidos en autoridad” (1 Tm 2, 1),
por los perseguidores (cf Rm 12, 14),
por la salvación de los que rechazan el Evangelio (cf Rm 10, 1).
4. La oración de acción de gracias
La acción de gracias caracteriza la oración de la Iglesia que, al celebrar la Eucaristía, manifiesta y se convierte cada vez más en lo que ella es. En efecto, en la obra de salvación, Cristo libera a la creación del pecado y de la muerte para consagrarla de nuevo y devolverla al Padre, para su gloria. La acción de gracias de los miembros del Cuerpo participa de la de su Cabeza. Al igual que en la oración de petición, todo acontecimiento y toda necesidad pueden convertirse en ofrenda de acción de gracias. Las cartas de san Pablo comienzan y terminan frecuentemente con una acción de gracias, y el Señor Jesús siempre está presente en ella. “En todo dad gracias, pues esto es lo que Dios, en Cristo Jesús, quiere de vosotros” (1 Ts 5, 18). “Sed perseverantes en la oración, velando en ella con acción de gracias” (Col 4, 2).
5. La oración de alabanza
La alabanza es la forma de orar que reconoce de la manera más directa que Dios es Dios. Le canta por Él mismo, le da gloria no por lo que hace, sino por lo que Él es. Participa en la bienaventuranza de los corazones puros que le aman en la fe antes de verle en la gloria. Mediante ella, el Espíritu se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios, da testimonio del Hijo único en quien somos adoptados y por quien glorificamos al Padre. La alabanza integra las otras formas de oración y las lleva hacia Aquel que es su fuente y su término: “un solo Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas y por el cual somos nosotros”. San Lucas menciona con frecuencia en su Evangelio la admiración y la alabanza ante las maravillas de Cristo, y las subraya también respecto a las acciones del Espíritu Santo que son los Hechos de los Apóstoles: la comunidad de Jerusalén, el tullido curado por Pedro y Juan, la muchedumbre que glorificaba a Dios por ello, y los gentiles de Pisidia que “se alegraron y se pusieron a glorificar la Palabra del Señor”. “Recitad entre vosotros salmos, himnos y cánticos inspirados; cantad y salmodiad en vuestro corazón al Señor”. Como los autores inspirados del Nuevo Testamento, las primeras comunidades cristianas releen el libro de los Salmos cantando en él el Misterio de Cristo. En la novedad del Espíritu, componen también himnos y cánticos a partir del acontecimiento inaudito que Dios ha realizado en su Hijo: su encarnación, su muerte vencedora de la muerte, su resurrección y su ascensión a su derecha. De esta “maravilla” de toda la Economía de la salvación brota la doxología, la alabanza a Dios. La revelación “de lo que ha de suceder pronto” —el Apocalipsis— está sostenida por los cánticos de la liturgia celestial y también por la intercesión de los “testigos” (mártires) (Ap 6, 10). Los profetas y los santos, todos los que fueron degollados en la tierra por dar testimonio de Jesús (cf Ap 18, 24), la muchedumbre inmensa de los que, venidos de la gran tribulación nos han precedido en el Reino, cantan la alabanza de gloria de Aquel que se sienta en el trono y del Cordero (cf Ap 19, 1-8). En comunión con ellos, la Iglesia terrestre canta también estos cánticos, en la fe y la prueba. La fe, en la petición y la intercesión, espera contra toda esperanza y da gracias al “Padre de las luces de quien desciende todo don excelente” (St 1, 17). La fe es así una pura alabanza. La Eucaristía contiene y expresa todas las formas de oración: es la “ofrenda pura” de todo el Cuerpo de Cristo a la gloria de su Nombre (cf Ml 1, 11); es, según las tradiciones de Oriente y de Occidente, “el sacrificio de alabanza”.
Resumen
El Espíritu Santo que enseña a la Iglesia y le recuerda todo lo que Jesús dijo, la educa también en la vida de oración, suscitando expresiones que se renuevan dentro de unas formas permanentes de orar: adoración, petición, intercesión, acción de gracias y alabanza. Gracias a que Dios bendice al hombre, su corazón puede bendecir y adorar, a su vez, a Aquel que es la fuente de toda bendición. La oración de petición tiene por objeto el perdón, la búsqueda del Reino y cualquier necesidad verdadera. La oración de intercesión consiste en una petición en favor de otro. No conoce fronteras y se extiende hasta los enemigos. Toda alegría y toda pena, todo acontecimiento y toda necesidad pueden ser motivo de oración de gracias, la cual, participando de la de Cristo, debe llenar la vida entera: “En todo dad gracias” (1 Ts 5, 18). La oración de alabanza, totalmente desinteresada, se dirige a Dios; canta para Él y le da gloria no sólo por lo que ha hecho sino porque ÉL ES.
Ver vínculo
Miguel Angel Rosas Betancourt
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